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Ese día en que todo cambió, para siempre...

Actualizado: 24 feb 2019





El día de mi diagnóstico sin duda fue surreal. Tenía 3 citas médicas programadas, y una de ellas era para recoger el resultado de una biopsia de mamas practicada hacía 10 días. Esa mañana estaba contenta, tranquila, confiada de que todo estaría bien. Por la tarde fui a mis citas médicas acompañada de mi papá. La primera cita era para hacerme un examen de la vista y que me dieran una receta para lentes. La segunda cita fue la recogida del resultado de la biopsia. El doctor me dijo "gorda, el resultado te salió un poquito mal"... sentí que las tripas se me amarraron y tuve que ir al baño. Fui a la tercera cita con una dermatóloga de todos modos, porque ya que estaba pues porque no completar las rondas.


Esa noche vinieron dos amigas a acompañarme un rato, como cuando se te muere alguien y la gente sabe que es mejor no dejarte sola. Pero al final se fueron, no sin antes dejarme un paquete entero de ansiolíticos "por si acaso". Entonces, en la soledad de mi nueva realidad escribí en mi diario - "Hoy es el primer día del resto de mi vida. Esto es un enorme regalo, de eso estoy segura. Gracias Vida por esta oportunidad de profundizar aún más en la confianza y la sanación y el entendimiento de todas las cosas." Luego no dormí en toda la noche, acabé tomando el ansiolítico pero no me hizo nada.


Atrapada en un estado de pánico pasivo, el temor principal no era a la muerte, sino a los bien conocidos tratamientos de cáncer. Y sobre todo, el temor era a no saber qué hacer, cuál camino seguir. Curiosamente no me pasó por la mente ¿por qué yo?, "esto es injusto", "pobre de mi". En cambio sí pasó por mi mente "¿qué puedo aprender de esto?", "cuál es el mensaje?", "¿qué cosas en mi vida pudieron conllevar a la necesidad de mi cuerpo de hablarme con algo tan radical?", "¿cómo podré cambiar lo que tengo que cambiar para sanar?"


Ese fin de semana tenía programado un retiro de yoga y vela en el Archipiélago de Las Perlas. Aunque dudé si tenía el temple de ir a enseñar yoga en virtud de mi nueva realidad, por suerte seguí los consejos de quienes mejor me conocen, y pasé mi primer fin de semana post-diagnóstico en el paraíso, con mi madre y amigos adorados, haciendo lo que más me gusta en el mundo - navegando. Gracias a ello, tuve la dicha, desde el principio de esta aventura, de poderme conectar con el agradecimiento y con el reconocimiento de que a pesar de todo, soy una mujer afortunada y bendecida.

El siguiente paso... contarle a mis hijos que mami tiene cáncer, pero que todo estará bien.



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